El abuelo Ferruccio
También es gracias a mi abuelo Ferruccio que hoy estás leyendo este artículo. Su gran pasión por el golf fue el elemento desencadenante que me introdujo, de manera totalmente natural, al descubrimiento de mis habilidades motoras laterales.
Cuando tenía unos diez años, acompañaba a menudo al abuelo al campo de golf de “Le Betulle”. Mi tarea era importante: llevar el carrito con sus palos. Él, ya mayor, decía que empezaban a pesarle. Yo, al contrario, siempre estaba feliz. Todavía recuerdo la precisión del césped color esmeralda y ese restaurante con un buffet que parecía infinito.
Golf y lateralidad
En ese contexto, también empezó a crecer en mí un cierto interés por el golf. El abuelo entrenaba a menudo en su jardín, y en cuanto oía el chasquido del palo contra la pelota que indicaba que “había empezado la sesión”, bajaba corriendo a mirarlo. Me divertía buscar las pelotas que se habían ido lejos, entre las hojas o encajadas entre las piedras.
Un día, el abuelo me dio un palo para que probara. Después de explicarme la técnica convencional – empuñadura, posición de los pulgares, swing – seguía teniendo dificultades. Hasta que decidí seguir mi instinto: cogí el palo con las manos en sentido contrario, de forma no convencional… y finalmente las pelotas empezaron a volar lejos.
Fue entonces cuando el abuelo, con su inseparable puro toscano, me dijo:
"Según yo, tú eres ambidiestro."
Una hipótesis que toma forma
La idea de la ambidestreza empezó a rondarme por la cabeza durante años. Hasta que, durante una clase particularmente aburrida hacia los dieciséis años, probé a escribir con la otra mano por puro experimento. Al principio la caligrafía era ilegible y la velocidad mínima. Pero con un poco de constancia, empezaron a verse los primeros resultados.
Dictado tras dictado, la coordinación mejoraba. Después de un par de semanas ya conseguía escribir con más fluidez, y con el tiempo la escritura con la mano que había dejado "en el banquillo" durante todo este tiempo se convirtió en mi ejercicio favorito durante las clases más repetitivas.
Escribía apuntes, trazaba líneas, dibujaba formas. Y mejoraba cada día. En casa, el abuelo estaba entusiasmado. No paraba de repetir que él siempre lo había sabido.
Entrenar ambas manos
Con el tiempo, empecé a usar ambas manos para cada actividad cotidiana: afeitarme, lavarme los dientes, cortar las verduras. Incluso acciones triviales se convertían en pequeños ejercicios de coordinación. Cada gesto era una forma de estimular esa parte motora menos utilizada.
Después de más de diez años de práctica, hoy casi no me fijo en qué mano estoy usando, ni siquiera para firmar: me sale espontáneo usar la que tengo libre o más cómoda en ese momento.
Si tú también sientes que podrías tener una predisposición natural o simplemente quieres desarrollar nuevas habilidades motoras y mejorar tu coordinación, entrenar la mano no dominante puede ser una experiencia útil y estimulante. Aquí tienes una guía para empezar a desarrollar esta habilidad.